miércoles, 20 de octubre de 2010

Ejemplo de vida insustancial (1)

Rara es la persona occidental menor de 60 años que no tiene una opinión formada sobre el McRata. Hay quien no ha ido nunca, otros van cada semana, algunos hasta han trabajado allí para sacarse unas perrillas, o para quedarse toda su vida como encargado de "restaurante". El McRata siempre está ahí, antes rojo, ahora verde. En cada esquina, dos o incluso tres por manzana. Sirven desayunos desde las seis de la mañana y cierran a medianoche. Los hay 24 horas. Se renuevan más por marketing que por otra cosa. No sé qué demonios tiene el BigRata, qué explicación sociológica profunda hay detrás de todo esto. Una vez una chica volvió al McRata tras seis años de ausencia. De pequeña sus padres la habían llevado mil veces. Había ido con sus amistades colegiales y universitarias. Trabajó varios meses en uno para pagarse el viaje de fin de carrera. Pero de pronto decidió no volver nunca más, por todo lo que McRata significa - no sólo comida infame. A los seis años le entraron unas ganas insoportables de saborear un buen BigRata. No pagó, pero lo tomó. Al terminar el menú sufrió un ataque al corazón que nada tuvo que ver con la hamburguesa en sí, ni con las patatas ni con el refresco. Fue mera casualidad que la última cosa que hizo en su vida fuera zamparse un BigRata.

3 comentarios:

andrea dijo...

Esta historia ha tocado en lo más profundo de mi ser... por qué volvió??
Estoy consternada.

La chica automática dijo...

Porque la carne es debil (y cutre)

Hasta aquí, CM dijo...

A eso se le llama cerrar el círculo... De la hamburguesa.