miércoles, 24 de diciembre de 2008

Madrid

Según mi padre decir que soy lesbiana es convertirme en la abanderada de la causa gay. Si escribo un cuento y algún personaje es gay estoy haciendo apología de la homosexualidad. Escribí un relato, gané un concurso, lo publicaron y me dieron quince copias del librito. Se llama Repaso a una vida con un diccionario a mano y, como el título bien indica, en nueve páginas resumo mi vida hasta este momento. Resulta que soy española, fui a un colegio, a una universidad, viajé, trabajé, me enamoré. Todo rarísimo. ¿Qué padre no querría leer una pequeña historieta de cómo ve su propia hija su vida? Pues el mío. No puedo obligarle. No sé por qué he venido a su casa por Navidad. Feliz Nochebuena y Feliz Navidad.

Acabo de lanzar uno de los quince ejemplares contra la pared. Ya sólo me quedan catorce.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Regular Customers

¿Qué sería de los trabajos de cara al público sin los regular customers, esa buena gente que poquito a poco va formando parte de tu universo currantil?

Podría aburriros con los distintos regular customers con los que he tropezado a lo largo de mi excitante vida de currillos por aquí y currillos por allá. No lo haré. Me limitaré a esbozar un bella lista de los clientes habituales de ese lugar al que voy para hacer cosas a cambio de un sueldo semi digno y al cual amo sin contemplaciones.

Podría decirse que hay dos categorías:

Clientes Habituales

Patrick

Hombre, 30 años apróx, británico. Tarado perdido. Viste siempre impecable: trajes cortados con harto gusto, zapatos relucientes, gabardinas exquisitas, maletines que ya quisiera para mí. Con unas gafas de pasta negras que le hacen parecer un mono, por algún motivo extraño. Habla muy bajito y es ultra tímido. Viaja un montón, dice que porque su empresa – de qué no lo sabemos – le manda, pero suponemos que va de psiquiátrico en psiquiátrico. A la vuelta siempre descarga sus fotos en el ordenador que tenemos para uso de los clientes, e invariablemente son imágenes de las alas de un avión y de los edificios feos que se ven desde su “hotel”. Más majo. Hace poco nos quiso regalar unas fotos especiales de las que se sentía muy orgulloso. Había ido a Singapur y en las cuatro instantáneas salía él con los ojos desorbitados, sonrisa maléfica y sujetando un rifle. Pidió que las colgáramos en la pared donde ponemos las postales bonitas que de vez en cuando aparecen entre los libros. No se tomó bien que nadie estuviera a favor de las armas. Suele comprar libros chungos sobre terrorismo y violencia.

Colette

Mujer, 60 años apróx, francesa. Cotorra simpatiquísima. Lleva más de 30 años viviendo en Londres, muy cerca de la librería – creemos que sola - y le encanta estar rodeada de gente. Dice trabajar para un abogado que es un perfecto gentleman. Cada vez que tenemos el puesto de libros montado aparece con comidita. El malvado espíritu navideño ha provocado que cambie las galletas de chocolate por los intragables mince pies (hojaldres terribles rellenos de carne y mermelada). ¡Maldición! Habla por los codos, casi siempre sobre la exhibición que ha ido a ver ese día o la película que piensa ver esa noche. Afirma que mi nuevo aspecto andrógino es bastante sexy.

Polaca Bella

Se llama Alicia – en polaco Alsa o algo así – tiene unos 35 años y estudia Psicología. Siempre quiere hablar con alguna de las dos Polacas, y este detalle me rompe el corazón. Aún así cada vez me habla más, y el otro día hasta me pidió que le ayudara a encontrar libros sobre un tipo concreto de yoga: bajada de puntos total.

Wee–Wee Man

Wee-Wee es el equivalente inglés de Pipí. Vamos, una manera linda de decir que el tío huele a pis y a caca. No sé cómo se llama, tiene unos 35 también y trabaja en la universidad que hay al lado de la bookshop. Cada semana viene entre dos y cuatro veces, saquea las secciones de Science-Fiction y British History e impregna la tienda entera de un olor pestífero que nos obliga a ventilar una buena media hora. Y en invierno eso es la muerte y la devastación. Es muy majete, pero no compensa.

Trabajadores de establecimientos cercanos

Las chicas del cine, las de la peluquería de al lado – que no hacen más que pedir libros sobre gitanos – la chica de la óptica a la que guardamos todo VHS infantil que entra para sus hijos, la manager del restaurante que nos da cafeses y hot chocolates gratis…


Vendedores Habituales

Sin parar viene gente con maletas o bolsas más o menos grandes dispuesta a canjear libros ya no queridos por dinero en metálico o por otros libros. Así subsistimos, junto con las varias bibliotecas de muertos recientes que recogemos semanalmente. Pero las siguientes personas que a continuación cito son una fuente de entrada de libros importante, y aún diría más: imprescindibes.

Waterstones Man

Es muy probable que no debiera contar esto, pero what the hell! Se llama Keith y cada viernes nos trae un cargamento de libros nuevitos. Libros que están de moda en estos momentos en las mega librerías. Lleva gafas empañadas y es un ser muy misterioso. No sabemos de dónde saca tantos ejemplares cada semana, o no queremos saber. Los trae envueltos (¿o debería decir escondidos?) en bolsas de Waterstones (la Fnac de aquí) dadas la vuelta. Las distintas teorías de cada uno de nosotros oscilan entre ladrón de guante blanco y conductor de camiones que llevan la distribución logística de Waterstones. Está claro que de alguna manera tiene acceso permanente a multitud de títulos recién salidos del horno. Nos viene genial, que queréis que os diga, las cosas como son.

Peter

El inglés borracho. Según el Dueño antes tenía una pequeña librería de textos académicos – sobre todo Filosofía, Historia, Política, Psicología y Lingüística – pero tuvo que cerrar porque era incapaz de competir con las grandes superficies imperialistas e hijas de puta. Desde entonces nos va trayendo su almacén a poquitos. Debía de tener un almacén del tamaño de Groenlandia. Sabemos que es borracho por su cara rojísima y sobre todo por su aliento quema-cejas.

Hussein

El árabe con gorro de lana y carrito lleno de libros que saca de vete tú a saber dónde (charity shops, la calle, tiendas de otros, su casa…). Al Dueño le hace gracia y nunca le manda a paseo, sino que le da propinillas. Rara vez colocamos sus libros en otro lugar que no sea el “Books for Free” que hay a la entrada de la tienda.

Kevin

Es un veinteañero londinense que no huele muy bien pero que siempre nos trae unos libros de arte estupendos. Dice que trabaja para distintos museos llevando las tiendas de souvenirs, y que por eso cuando van a tirar los libros que nadie ha comprado él se los queda antes. Yeah, right…


Todo esto tenía que contaros.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Viaje de vuelta o despropósito

Por motivos verrrrrrrry personales mi viaje a China no pudo llegar en mejor momento. Sé que no he dicho mucho sobre mis tres semanas en ese país, y puede que no lo haga. Porque es personal. Me resulta más fácil contaros cómo fue mi viaje de vuelta. La siguiente historia está basada en hechos 100% reales, verídicos y demostrables.

Hyde Park y Kensington Gardens a vista de pájaro

Tardé exácticamente 37 horas y media desde que me despedí de mi Amiga en la puerta de su hogar chino hasta que abrí la puerta del mío en Hackney, London.

Cogí mi último taxi pekinés y me planté en la Terminal 3 del aeropuerto de Beijing con tiempo de sobra para ir sin prisas. Lo primero que me encuentro al facturar es un cartelón que informa sobre el cambio de planes de mi vuelo: salimos a las 16 horas. Estupendo, sólo eran las 9.30.

La buena noticia fue que repartieron comida y bebida. Me apalanqué en la puerta de embarque dispuesta a sobrellevar lo mejor posible tantas horas de aburrimiento. Escribí cartas de amor a desconocidas y leí The Good Soldier Sveijk (Jaroslav Hasek). Al rato llegó un grupo de diez Finlandesas Invertidas, a cada cual más rubia y sessi. Cuando a las 15 horas llegó la tripulación de Finnair se revolvieron bien revueltas fichando a las azafatas sin un mínimo de pudor. Yo también fiché a las azafatas, que para mi disgustazo eran morenas. Durante un bostezo hice contacto visual con una de ellas. Siempre viene bien tener camelada a alguna encargada de tu alimentación y seguridad aéreas. Recé para que no fuera la azafata de Business Class.

La megafonía de la Terminal 3 insistía en la repetición inmisericordiosa de ocho canciones, entre ellas el Para Elisa, No Llores Por Mí Argentina versión instrumental y el Claro de Luna. No sé si sabéis que en uno de los seis tramos de escaleras mecánicas que bajan al infierno en el metro de Cuatro Caminos hay un guitarrista que sólo toca el Claro de Luna, una y otra vez. Durante los cinco años consecutivos que dediqué mi exitosa existencia a Pinto, Coloreo y Fumo Porros escuché esa canción de lunes a viernes en mi viaje diario a Ciudad Universitaria. Esto dicho, comprenderéis por qué me pasé las seis horas de espera rememorando viejas glorias universitarias mías, como cuando tuve el honor de ser la primera y única expulsada de mi clase al confundirme el profesor de Historia del Siglo XX con la chica de la fila de atrás, que era quien en realidad armaba escándalo al jugar una partida absurda de carrera de bolis. ¡Yo! ¡Que saqué un 10 en selectividad! Jamás regresé a esa clase, y por supuesto saqué un sobresaliente a final de curso, como una señora. Faltaría más.

Todo salió mal. El retraso. La comida chunga que Finnair ofreció para compensar la jugada (arroz que se olvidaron de cocer y pollo con almendras de sabor dudoso). Y me tocó como compi de vuelo un abuelete finlandés que ya había visto antes hablando con el grupo de Desviadas Tías Buenas. Me había llamado poderosamente la atención su manera de bostezar y resoplar, clavadita a la de los chinos. Casi me da algo al descubrir que pasaría las próximas nueve horas de mi martirio a su lado. Olía a viejo que ya no siente la necesidad de ducharse ni de lavar sus camisas. Además se quitó los zapatos y el olor mejor no os lo cuento.

Parece broma, pero la azafata a la que una hora antes había puesto ojitos y morritos de pronto llegó hasta nosotros e invitó al abuelo putero a ocupar un asiento vacío que había algunas filas más allá.

Cuando mi pantallita personal se encendió y mostró el mapa de la ruta de viaje que seguiríamos me entraron unas ganas de llorar terribles. ¡No quería marcharme! Beijing está tan lejos, y es tan molón. 6315 Km hasta Helsinki. Lo echo mucho de menos, a todo y a todos. Estuvo genial, y me da bastante por culo que lo mejor que me ha pasado este año hayan tenido que ser unas vacaciones y no la vida real. Aunque supongo que precisamente ha sido este carácter ocioso lo que ha hecho de estas tres semanas una experiencia total. Pero me hubiera gustado quedarme de parásita un par de semanitas más… Jopetas in the night.

Fue chupi cuando el piloto explicó los motivos de las seis horas de retraso: nevadas de hasta 40 cm en Helsinki. Es peligroso, añadió. Me quedé mucho más tranquila. Las turbulencias fueron hartas.

Mi emoción conoció pocas fronteras al descubrir que una de las pelis ofrecidas en el Entertainment Pack era Mamma Mia! Estas últimas semanas me he dado cuenta de que amo un poco a Meryl Streep. ¡Mamma Mia como está en la peli de Abba!. Le dan las mejores canciones: Dancing Queen, Sleeping Through My Fingers y The Winner Takes It All. Enorme. Para alguien que a la hora de elegir email utilizó la palabra abba, este musical es de cabecera. Confieso que cuando terminó la volví a poner (sólo los números musicales) seguida de Eduardo Manostijeras por vez número 123456.

http://uk.youtube.com/watch?v=Upn1pXynmbw : Esto es una madre

Aterrizamos a las 2 de la mañana hora china, 8 de la tarde en Helsinki. La conexión a Heathrow estaba más que perdida y me tocó chuparme una cola de dos horas hasta que los de Finnair me encontraron una habitación para esa noche. Tras comprobar la calidad del hotel (un Holiday Inn maravilloso con un suelo térmico que echaba humo) decidí que sería bastante positivo salir a gozar Helsinki la Nuit.


Bicis nevaditas en Helsinki

Volví de hacer turismo nocturno a las 5.40 de la mañana, hora china (23.40 en Finlandia). Me fui a la cama del tirón dispuesta a levantarme a las 5 de la mañana hora europea. Un lío padre.

Cinco horas después un autobús me llevaba de vuelta al aeropuerto. La cola del Check-In iba a uno por hora. Cuando por fin me llegó el turno le rogué a la facturadora que me diera un food voucher, pues la cena y el desayuno que en teoría estaban incluidos en el hotel fueron ficticios (la cocina estaba ya cerrada cuando llegué por la noche y aún no había abierto por la mañana al marcharme). A la facturadora se le cayó el alma al piso y me dio un vale de 8 euros que, huelga decir, no pude usar dada la velocidad ridícula del Security Control. Tuvieron que decir mi nombre por megafonía y todo. Le pregunté a una de las azafatas de la cola de embarque si el cupón podía ser utilizado en el avión y ¿hace falta que os diga la respuesta? Con las mismas se lo regalé. La verdad es que tuve bastante contacto con el personal femenino de Finnair en ese viaje.

Lo mejor fue que al final tuvimos que esperar en la salita previa a subir al avión media hora. Mi frustración al realize que habría tenido tiempo de gastarme el voucher sólo fue comparable a la que me asaltó cuando Bárbara la italiana me dijo en Pingyao que tres de las camas de su compartimento habían estado vacías las doce horas que por primera vez pasé rodeada de todo menos de sonidos chinos placenteros. Hablaré de mi viaje solitario al remoto pueblito chino de Pingayo en otra ocasión.

¡Oh! ¿Y os podéis creer que me tocó la última fila del avión, la única que no se reclina? ¿Verdad que sí? Gracias a esta ubicación estrella fui la última en recibir su merecido desayuno. Llevaba sin probar bocado desde la segunda comida del malogrado vuelo Beijing-Helsinki, hacía más de 15 horas. Jamás una tortilla blanca con guarnición de tomates calientes me supo mejor. ¡Mmmm!

De Helsinki a Heathrow no hubo pelis, pero sí un documental necesario sobre por qué a los filipinos les gusta tanto el baloncesto. Apasionante se queda corto.

But, cuando llegamos a Londres: oh my goodness. No sé qué problema técnico hubo (una incidencia más o menos poco me importaba ya) y el piloto explicó que debíamos sobrevolar London diez minutos antes de poder aterrizar, sentimos las molestias. ¿Molestias? El sol brillaba, ni una nube, y volábamos muy bajo sobre esta ciudad magnífica. Se veía todo: el Thames, Tower Bridge, London Eye, Buckingham, Waterloo, Hyde Park, ¡hasta Notting Hill! Menudo buen rollo me dio esta entrada espectacular.

Aterrizamos a las 9.10 hora británica, las 11.10 en Helsinki y las 17.10 en Beijing. Mi Amiga ya había ido y venido de la oficina dos veces y a mí aún me quedaba enfrentarme al nada reliable London Tube.

Desde Heathrow fueron 23 paradas en la Picadilly Line hasta Russell Square, pues menos mal que me di cuenta a tiempo de que mis llaves las tenía la realquilada de mi cuarto. Quedé con mi FF (flatmate francés) y fue bello. Casi todos mis flatmates trabajan o estudian junto a mi bookshop, así que al despedirme de FF me fui directa para allá. Estaba el Dueño solito y se alegró un montón de verme. Corrió a comprar croissants recién hechos y tomé mi primer Earl Grey en condiciones, con leche fresca. Al rato llegaron el Lituano y Polaca I, y al final me quedé casi tres horas entre el desayuno, los reencuentros y la elaboración de mi nuevo horario. Resulta que hasta Navidul no sólo hay un mercadillo los sábados sino también los miércoles. ¡Bien!

Caminé con los trastos a cuestas hasta Holborn y cogí el bus 38. No lo creeréis pero dos cosas horribles quedaban aún por suceder. Primero noté un olor inconfundible seguido de un sonido aún más conocido: una chica no china sorbía noodles dos filas delante de mí. Casi la mato. Me alegré al menos de no ser la única con cara de “qué puto asco, tronca”. Lo segundo fue más grave, porque de pronto el autobús paró en Kingsland Road y había mogollón de policía y ambulancias. Todos nos tuvimos que bajar. Un camión se había tragado a una biciclista que por suerte no estaba muerta, pero sí chunga. El buen rollo que me hasta entonces me había dado Londinium se disipó no sabéis cómo de rápido.

Me tocó caminar 20 minutos hasta la siguiente parada en alguna calle que no estuviera cortada por el accidente, con el mochilón y un cansancio acumulado que ya era too much. Decidí que TFL (Transport For London) pagaría el pato por todos estos infortunios míos y me subí al siguiente autobús sin pagar.

Eran las 2 de la tarde - 10 de la noche en China - cuando por fin llegué al hogar, dulce hogar.

Con todo, repetiría este caos antes que volver a coger un tren de asientos a Pingyao

jueves, 4 de diciembre de 2008

Alice Parrinder

Tiene 27 años. Es británica, trabaja en el mundo de la moda pero no es, ni muchísimo menos, una fashion victim. Su porte y saber estar son naturales, no necesita fingir ni pretender nada. Glamourosa como pocas e increiblemente atractiva. Consciente de todo esto, se enfrenta a la vida con una confianza en sí misma más que envidiable. La conocí ayer mismo. Ésta es ella:




De pequeña una vez tuve un álter-ego: Lucía Lanfish. No sé qué fue de ella.

Mi casa londinense parece broma: siempre está llena. A los seis full-time flatmates hay que sumar dos o tres part-timers más las visitas esporádicas. En China a los integrantes de este último grupo los llamaban "parásitos" y, si se ponían muy tontos o pesados, "ladillas". Yo espero no haber sido más que una parásita bien maja...

En estos momentos en mi casa estamos los 6 de siempre, una part-time alemana - petarda es poco - y dos parásitos recién llegados de Nueva York. Ella es griega, amiga de una de mis compis griegas. Él es su marido, israelí aunque residente estadounidense. Se conocieron en la isla de Paros hará tres años y se casaron para que ella pudiera vivir legalmente en los yuesei.

Él es fotógrafo y ella es la manager de una tienda de calzado súper exclusiva y radical llamada Irregular Choice, en pleno Soho neoyorkino. El motivo de esta estupenda visita fue la inauguración que ayer hubo en Carnaby Street del primer Irregular Choice londinense. La griega nos invitó a todos, y mi FF (flatmate francés) y yo no dudamos en acudir.

La tienda es estrecha, alargada y no muy grande. Había más de 600 personas invitadas. Fue un infierno de calor y gente fashion. Todas y todos llevaban unos zapatos imposibles con tacones de hasta 16cm. Huelga decir que mis botrancas eran marrones y altas, pero nada fashion. Además llevaba el casco de la bici. Traté de mejorar la situación con una corbata roja comprada en el mismísimo Yashow pekinés.

Estoy harta de las guest-lists, son una memez absurda que sólo sirven para potenciar el grado importacia que una persona cree poseer. We are all going to hell, subnormales. El caso es que si no estabas en lista no entrabas. Y dentro había champán y donuts gratis. Y cerveza Asahi. Y chicas guapas y DJ's que pinchaban The Beatles (así cualquiera) y unas locas que te hacían diseños purpurinosos en la cara. Yo pedí unas olas plateadas y azules a modo de sombra de ojo y alguna decidió que mis labios estarían divinos con un rojo putón verbenero. Sin comentarios.

La griega no sabía lo de la guest-list, pero enseguida apañó una solución magnífica que derivó en el trastrono de personalidad - por una noche - de FF y mío. El mundo saluda a los recién incorporados Tom Leavis y Alice Parrinder. Como buenos francés y española, obviamente por ningún lugar colaba que fuéramos quienes decíamos ser. Podríamos haber explicado que nuestros padres eran británicos o canadienses que se establecieron en Francia y España respectivamente y de ahí nuestros acentazos. Ni nos molestamos la verdad. Dijimos nuestros nombres con el mejor inglés que jamás tuvimos y nos negamos a hacer más conversación con la chica de la lista, por temor a ser calados. Quedamos como unos perfectos maleducados. Oh well.

Alice se pasó la tarde entera hablando con todo el mundo. Muchas cosas podrían decirse de ella, pero no que fuera tímida. Daba gusto verla bailar, coquetear, posar para las distintas cámaras. Ni una sola vez amenazó con la Cara Sénsual. Sin embargo, no me dio mucha pena despedirme de ella al final de la velada. Me dio su número, para que la llame siempre que quiera. Ya veremos. En realidad no me apetece demasiado.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Ghostbusters!

El viernes me pasó una cosa bastante bella. Se llama Secret Cinema.

Un chaval, Tom, nos contactó el jueves para que please, please, please le prestáramos 2000 libros, por la jeta. En cuanto explicó el motivo nos pareció estupendo y accedimos encantados: necesitaba recrear la biblioteca que sale al principio de Cazafantasmas. ¿Que por qué? Pues porque Tom forma parte del Secret Cinema, un grupo de gente que, como bien explican en su página web www.secretcinema.org, se dedican a ofrecer nuevas maneras de ir al cine.

El secretismo radica en que hasta el último momento nadie sabe qué película va a ver ni dónde. Sólo las doscientas primeras personas que entran en la web y pinchan en no se qué link reciben un correo un par de horas antes del comienzo del show especificando el lugar al que deben acudir y los cachivaches/disfraces necesarios aunque no obligatorios que dan más juego.

En cuanto se personó Tom el viernes en la bookshop dispuesto a sobrecargar su fragoneta con libros, no dudé en pedirle una entrada. Cual relaciones públicas poderoso de Pachá enseguida me "metió" en su lista. Chupi.

A pesar de la soledad de mí misma, como una campeona me presenté en el Royal Horticultural Hall, muy cerquita de Westminster, dispuesta a dar lo máximo.

La cola era inmensa, pero una llamada a tiempo a Tom me situó en el buen camino. El chico estaba muy ocupado, pobre, así que me presentó a sus amigos - todos diseñadores de muebles - y tan contenta.

La sala, enorme, estaba dividida en Cine y Recreación. El Cine era un cine sin más: pantalla y sillas. La Recreación era total: la biblioteca, la nevera que abre Sigurni Weaver, el sofá, la oficina, el laboratorio, el despacho del alcalde... La película entera estaba recreada y por todas partes los actores representaban las distintas escenas de modo que tú estabas en el salón de la chica cuando una fuerza oculta catapulta su sofá hacia la cocina. El chavalín que hacía de Rick Moranis estuvo impresionante, correteando de arriba a abajo, en la calle y en la sala, huyendo de un oso que sólo él veía.

El público no defraudó y los disfraces ochenteros fueron hartos. Mi compi Lituano me había conseguido un mono de pintor blanco y un casco de obra amarillo, pero se suponía que ni yo ni nadie podíamos saber hasta el último minuto que la película en cuestión sería Ghostbusters, así que me quedé con mi atuendo de librera (el mismo que uso cuando soy viajera, camarera, recepcionista, lectora, escritora, muchacha ociosa: vaqueros y camiseta. Hete aquí mi elegancia campe-chana).

El paripé teatral duró una buena hora de palomitas gratis hasta que por fin empezó la peli. Creí que el cielo se nos venía encima cuando en la escena del hombre nube gigante estallamos todos en una carcajada conjunta a la par que exlosiva. Qué buena cosa. Si es que no cuesta nada tenernos entretenidos.

Terminé la noche bailando hasta altas horas con recién conocidos en un buen lugar de Shoreditch. ¡Bienvenida de nuevo a Londres Lu!