miércoles, 14 de mayo de 2008

The Grocer on Elgin

Menuda mierda de curro. Lo dejé a los seis días. Todo era absurdo.

El trial del primer día fue un gran éxito y todos se mostraban dichosos de que entrara a formar parte de su equipo. Ese “todos” estaba conformado por tropecientos polacos que me pusieron muy difícil no generalizar y cagarme en todos los trabajadores del este que aceptan ser explotados sin ton ni son. La culpa nunca es el del trabajador, sino del empresario. Pero en ocasiones me sentí como un bicho raro (otra vez) porque me daba la impresión de que mis compis no lograban comprender que alguien (yo) pusiera el grito en el cielo y se negara a:

- trabajar nueve horas y media y aceptar que no tienes derecho ni a un descanso ni a comer. Me suda la xxxxx que sea sábado y que estemos en medio del Portobello Market. L@s muchach@s se escondían detrás de una basura para engullir en tiempo record un trozo de pizza frío y acojonados por si el jefe les pillaba. Yo me paré en seco cuando noté que el desmayo por desnutrición estaba próximo y, con alguna que otra ceremonia, me senté a comer pizza recién salida del horno, ensalada, brownie y zumo de naranja natural. Los demás me miraban como quien mira a un lunático. Y ni se reían ni me creían cuando, entre bocado y bocado, repetía a unos y otros que todos tenían derecho a lo que yo estaba haciendo.

- no tener derecho a propinas durante el primer mes. Eso sí, ser tú la única camarera en el café (la parte de arriba era tienda y la de abajo café) no supone ningún problema ¡puedes hacerlo! ¡no tengas miedo! ¿Miedo? ¿a un grupo de ancianas forradas y ansiosas por devorar carrot cake? Mi único miedo era saber que ninguna de las tres libras por cabeza que las señoronas dejaban de propina sería para mí. Pero todos tenemos nuestros truquitos.

- que nadie te explique absolutamente nada cuando empiezas a trabajar, y si el jefe un día te grita porque no has hecho tal cosa (limpiar la cafetera) como debes o por cualquier otro motivo de vida o muerte como fregar el suelo, la culpa es tuya y solo tuya. Haber preguntado. Haber tenido dos dedos de frente. Aguanta tu merecido chapapote y no vuelvas a cagarla nunca más.

La gota que colmó mi vaso fue una bronca inmerecida que una de las polacas (que iba de supervisora por la vida sin serlo) me echó delante de varios clientes. No es que me importe demasiado lo que ningún cliente pueda pensar de mí, pero el hecho en sí me pareció lo que viene a ser una falta de educación sin vuelta atrás. Bye bye.

A veces dudo si mi capacidad de que ciertas situaciones me pongan enferma no es lícita, pero creo que razón no me falta al reaccionar con rabia ante toda esta mierda que, para empezar, es denunciable, y en este país estas cosas se las toman muy en serio. Así pues, un día después de haber renunciado al trabajo (y sin consultarme antes), Piera llamó al Ayuntamiento para quejarse de las condiciones de trabajo que el dueño permitía en mi ex – curro, y a las dos horas ya se había personado en el café un representante del Health & Safety para ver qué irregularidades había allí.

2 comentarios:

Mangamoncio dijo...

¡Olé tus narices! A la mierda con los jefes explotadores, di que sí. Si la gente oprimida se levantase, se iban a acojonar bien acojonados los de arriba...

Anónimo dijo...

Bueno, eso de que la culpa es siempre del empresario, depende, como todo en esta vida.
La verdad es que sí tienes tendencia a que ciertas "situaciones te pongan enferma", pero bueno, tienes motivos.
Cambiando de tema, mañana tengo un examen de trauma, ¡¡y lo voy a suspender!!