viernes, 25 de julio de 2008

Literatura rusa




Desde hace tiempo me dedico a hacer listas de los libros que me leo a lo largo de un año. Hasta el momento 2007 fue mi año más fructífero: 26 libros, en su mayoría novelas de ficción. ¿El que más me gustó?: empate entre White teeth (Zadie Smith), Keep the aspidistra flying (Orwell) y Estupor y temblores (Amélie Nothomb). ¿El que menos?: Pedro Páramo (Juan Rulfo), que por muy clásico y obra maestra que sea no lo gocé como es debido, y nunca he vuelto a pensar en él. Así lo entiendo yo: si tras un leer un libro no vuelves a pensar en él jamás, mal. A veces ocurre que lees un libro que no te ha gustado, pero de vez en cuando te acuerdas de él, y piensas entonces que sí te gustó un poquito, o que quizás no lo leíste en el momento oportuno.

2005 también fue un buen año: 24 libros, aunque hubo más de siete que no me gustaron. Y es que en 2005 mi abuelo aún no había cogido papel y lápiz para demostrarme cómo, a lo largo de toda una vida, una persona como mucho podría leer 7280 libros; y esta conclusión numérica implica dos libros a la semana durante setenta años. Este dato me resultó lo que viene a ser abrumador, y desde entonces no me siento mal si dejo un libro a medias porque me está resultando soporífero.

Este año voy fatal. Desde enero sólo he leído 11 libros. Las causas son varias:

- moverme sin parar y sin sentido de un país a otro, normalmente en compañías de avión de bajo coste o low cost que sólo permiten equipajes de 15kg (bajo pena de 25 euros el kilo extra). A la hora de empaquetar, mi vestuario, que no varía desde hace algunas temporadas, le suele ganar la partida a los libros.

- el estudio discontinuo de Filología Hispánica, que me obliga a saturar mis neuronas de poemas de amor cortés en castellano medieval. No sé si conseguiré ser filóloga, total, ¿por un papel?

- falta de tiempo y/o tranquilidad

- otras cosas (como diría mi amigo Iván Parlorio)


La buena noticia es que una semana de vacaciones en Suecia ha ayudado a equilibrar un poco esta situación que, a puntito de entrar en el octavo mes del año, sentía lejos de controlar. En estos días de gozo y relajación he leído The life and adventures of private Ivan Chonkin, de Vladimir Voinovich. En España fue publicado hace relativamente poco por Libros del Asteroide como Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin. No sé qué tal estará la traducción castellana, pero con la inglesa he disfrutado como una enana.

El estilo y tono del libro son muy similares a los de Tom Sharpe: personajes estrambóticos en situaciones cada vez más enrevesadas, harto fáciles de imaginar como si de una película-cruce entre Woody Allen y Leslie Nielsen se tratase. Ahora, siempre que he leído a Sharpe me lo he pasado bien, muy bien, pero ya está. La historia de Voinovich es tan divertida como las de Sharpe, pero además rezuman ironía y sarcasmo la mires por donde la mires. Supongo que si fuera británica entendería el humor de Sharpe desde la perspectiva de haber mamado de siempre la cultura británica. Pero tampoco soy rusa y las aventuras de Chonkin me parecen inmejorables.

Como siempre, son los pequeños detalles los que me han cautivado. El autor debió es el típico ser humano-esponja capaz de absorber todo aquello que ocurre a su alrededor y plasmarlo por escrito de una manera tronchante que combina naturalidad y absurdo. Las penurias del buenazo de Chonkin en el Ejército Rojo, la administración soviética (purgas incluidas), la ruptura del pacto de no agresión germano-soviético, Stalin, ese tipo del acento tan raro… No puedo con Voinovich, ¡que me lo quiten!

Y hablando de rusos, mi vida es otra desde que hace poco me topé por casualidad con un libro de un tal Daniel Kharms. Ejemplo:

Cierta anciana, por ser demasiado curiosa, se cayó en picado desde una ventana, se estampó contra el suelo y se rompió en mil pedazos.
Otra anciana se asomó por la ventana y empezó a mirar los restos de la primera, pero también, por ser demasiado curiosa, se cayó en picado por la ventana, se estampó contra el suelo y se rompió en mil pedazos.
Entonces una tercera anciana se cayo en picado, y luego una cuarta y después una quinta.
Para cuando se cayo la sexta, estaba aburrido de mirarlas y me dirigí al Mercado Maltseviskiy donde, según decían, habían entregado un chal de punto a un hombre ciego.

Jamás leí nada mejor. La traducción es mía, del inglés. La traducción de la traducción...

1 comentario:

Fernando Díaz | elsituacionista dijo...

Pues el día que pilles "Las aventuras del valeroso soldado Schweijk" de Hasek no vas a poder encajar tu mandíbula de tanta risa.

Garantizado.

Saludos.