Estoy en Madrid. Hace muchísimo calor. Desayuno lo de siempre aquí: colacao con bizcochos Sancho Panza. Ayer me contó Alicia que, al morir su abuelo, descubrieron unos cuadernos en los que metódicamente él fue apuntando el menú diario, comida y cena, durante años. Está un poco nublado pero pienso ir a la piscina, con mi bikini bochornoso de faralaes. Mi hermano llega esta tarde, mañana tenemos boda familiar. La semana pasada estuve leyendo El mal de Montano de Vila-Matas. La primera parte me pareció horrorosa, muy mal escrita además, pero decidí seguir siéndole fiel y no tiré el libro contra la pared (arrebato muy cinematográfico que me gusta hacer cuando alguna lectura me desespera por el motivo que sea). La segunda parte mejoró un montón y la tercera, cuarta y quinta fueron escalando por esa recta de lo sublime. Espectacular. En junio voy a una charla en el British Museum de Cees Nooteboom, mi nuevo autor favorito. Esta tarde voy a la Feria del Libro; estará abarrotada y odiaré a todo el mundo y querré irme enseguida. Mi amiga, una muy famosa, está embarazada. La otra, también bastante famosa, tiene tal contractura en la espalda que sufre en silencio y a gritos. La otra amiga no es famosa, y no es Alicia, pero es un ser imprescindible en mi vida. Anoche me acosté leyendo Volverás a Región, de Juan Benet.
El mal de Montano va sobre los diarios de escritores. Yo escribo, pero no soy escritora, quién sabe. Lo que de verdad quería contar hoy es la alegría histérica que me tiene invadida desde que el otro día descubrí un librito que tiene todas las papeletas para convertirse en objeto de culto futuro. Son pequeñas historias en las que el protagonista, un alemán que vive en Dusseldorf, se empeña siempre en recubrir a Roy Orbison con papel transparente de cocina (clingfilm). Ya está. Es genial, a mí este tipo de cosas me llegan al alma y me río sola sólo de pensarlas.
Me voy a la piscina.
El mal de Montano va sobre los diarios de escritores. Yo escribo, pero no soy escritora, quién sabe. Lo que de verdad quería contar hoy es la alegría histérica que me tiene invadida desde que el otro día descubrí un librito que tiene todas las papeletas para convertirse en objeto de culto futuro. Son pequeñas historias en las que el protagonista, un alemán que vive en Dusseldorf, se empeña siempre en recubrir a Roy Orbison con papel transparente de cocina (clingfilm). Ya está. Es genial, a mí este tipo de cosas me llegan al alma y me río sola sólo de pensarlas.
Me voy a la piscina.
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