Pacotilla es la gran abanderada de las causas Justas, de la multiculturalidad y no sale de Lavapiés así la aspen. De Villaverde de toda la vida, donde el chándal de táctel es el uniforme de gala. Además, sus padres son profesores en un colegio de integración en Horcasitas. Todo lo contrario a Brujulilla, quien, como Penélope, creció en un lugar llamado Alcobendas, en la urbanización El Soto de la Moraleja para más señas (no en La Moraleja, osea te lo juro). Pacotilla ni siquiera fue bautizada; Brujulilla cogió carrerilla en eso de los sacramentos, aunque tiene pinta de que el del matrimonio acabará saltándoselo (no por lo de mujer solitaria sino por lo de su bollerismo ilustrado). En cuanto sus amigos se descuidan, Pacotilla les tilda de racistas, por esto y por lo otro, sin comprender jamás que la madre de Brujulilla es venezolana y, por tanto, no tiene absolutamente nada en contra de los sudamericanos, aunque no se haya tirado a ninguna. Never say never.
Pues bien: el jueves se decantaron por el pueblito de postal más bello de toda la Belgique. No, no fueron a Gante. Hablo de Brujas, paraíso turístico donde venden helados caseros de Ferrero Rocher. Ausachila. La una fan acérrima de Evo Morales y la otra histérica con Lady Gaga. Súper bien avenidas y tan amigas.
Del Hotel a Brussels Nord. Esta vez no logaron la ganga de ticket que sí adquirieron para Amberes y las cuentas empezaron a fallarles, aquellos cuatrociento euros se secaban antes de lo previsto. Oh oh. Aún así, cogieron el tren y a la hora llegaron a Brujas, donde Brujulilla ya había estado allá por 1999. Toma del frasco y cómo hemos cambiaaaaado.
Quien haya estado ya sabe lo que supone Brujas. Quien no haya ido que vaya, pero rapidito que lo que no se queda en la retina aparece en las postales. No digo que no merezca la pena alquilar unas bicis y recorrer esas callejuelas de cuento, empedradas, tropezarte con los diversos enclaves etiquetados por ellos mismos, los brujulenses, como “place to kiss”: Astrid Park, el canal, otros sitios…
Lo primero que hacen siempre Brujulilla y Pacotilla es comer, eso es sagrao, y esta vez no iba a ser distinto. El mapa molón volvió a chivarles un lugar barato y típico donde suele ir la gente que no es capaz de permitirse almorzar fuera a menudo: Passe-Partout. Súper contentas atravesaron el centro, se alejaron un poco y Brujulilla enseguida dio con el restaurante… porque ellas pensaban que era un restaurante. Cuidarse.
Nada más entrar era possible advertir cierta rancitud ambiental. La cocina estaba a punto de cerrar pero les dejaron quedarse. Todo era demasiado austero, las mesas, los manteles, el chico de aspecto lamentable comiendo al fondo y, sobre todo, la señora monjil que observaba muy estirada unos cuadernos y chistó a Brujulilla cuando ésta se dejó la puerta del baño abierta.
El plato del día era algo y pidieron uno de esos y espaguetis con tomate. Y fue entonces, mientras esperaban la comida en aquel lugar poco bello, rodeados de gente un tanto horrible, cuando a Pacotilla le entraron unas arcadas brutales y tuvo que salir a tomar el aire para no vomitar in situ y, a su regreso, exclamó asustada: “ya sé donde estamos, ¡es un comedor social!. Su cara de asco no conoció las fronteras. Pacotilla, la de las causas comprometidas, la que hizo un master en cooperación internacional, la que vivió en Bolivia un año y medio y al volver a Madrid fue incapaz de re-adaptarse a la sociedad occidental capitalista y consumista y pérfida. Le entraron arcadas al saberse en un lugar para pobres, a ella, que cuando estuvo de Erasmus en Siena comía en la mensa universitaria con todos los hippies y a un euro el plato de pasta. Se comió sus espaguetis como si aquello fuera un destajo, se negó a probar el plato típico que Brujulilla degustaba y, con las regurgitaciones aún a punto de caramelo, salió del comedor social pitando y avergonzadísima, obviamente Inés, de su comportamiento hipocritilla: solidaria de pacotilla. De ahí su nombre. Tan apurada estaba ella solita que incluso se puso a la defensiva total cuando Brujulilla empezó a hacer bromas sobre lo que acababa de suceder: “ya sabía que tú siempre me juzgarías” o algo por el estilo le espetó a la pobre Brujulilla, quien se limitó a hacerle un sentido corte de mangas (ingles) y fueron unos minutos difíciles.
Para calmar los aires, recorrieron por fuera el perímetro de Brujas centro y acabaron en un paisaje digno de Hobbema, cicleando por un caminito con árboles y molinos y un río y fue maravilloso.
Llegó un momento de la tarde en el que la alergia de Brujulilla era tan demasié que se negó a todo, incluida una cerve en el Delirium Tremens e incluso dormir. No pegó ojo, no podia respirar y miraba a Pacotilla sin lascivia y con envidia. Noche en vela, y quedaba un día entero aún, y muy pocos leuros…
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