En ocasiones hasta el mejor trabajo del mundo se te hace cuesta arriba. Menos mal que la culpa (en este caso) es de los clientes.
El Dueño, con todo mi apoyo, ha establecido los martes como el Día Maleducado (Rude Tuesdays), tanto para clientes como para empleados. ¿Qué por qué? Pues porque el martes pasado la clientela se sobró bastante; tanto, que recibí una defensa multitudinaria hasta de los propios compradores cuando no pude más y, haciendo gala de una profesionalidad brutal, se me escapó un sentido “Fuck off”.
Anécdotas que sustentan esta nueva etapa en la librería:
1. Un Subnormal (hombre, británico, 60 años apróx.) llega al mostrador con un Penguin Classic naranja que ya debía estar amarillento cuando Massiel ganó Eurovisión. Nuestros precios están siempre en la primera hoja, a lápiz en el margen superior derecho. Eran tres libras. Y el Subnormal va y repara en el precio que aparece en la contraportada: 25 peniques. Es cierto que el cliente siempre tiene la razón, pero también es cierto que la segunda mano británica tiene sus propias leyes (verídico) y para ello tenemos multitud de carteles estratégicamente colocados que explican nuestro sistema de precios. El Subnormal, apurado por no poder salirse con la suya, muy indignado espetó a Polaca II que no estaba dispuesto a pagar tres libras por ese libro, a lo que mi compi del norte le contestó, con harta gracia y acierto, que estaba en pleno derecho de no querer pagar tres libras, y que nadie le obligaba a ello. Al final el Subnormal tiró con desprecio las tres monedas sobre el mostrador y se marchó con el libro de la discordia.
2. Poco después llega una Gilipollas (mujer, Europa del Este, 25 años apróx.) con un libraco muy tocho de Economía que había comprado en nuestra tienda en mayo, nueve libras. Aseguraba que no lo había leído y que por tanto quería el reembolso íntegro. Por supuesto no tenía el recibo. Nuestra política en estos casos es la siguiente: independientemente de si la persona ha hecho uso o no del libro, siempre que haya pasado más de un mes desde la compra (si es menos se devuelve todo), y siempre que tengan el recibo, pagamos hasta la mitad de lo que costó el libro, o pueden cambiarlo por otro de igual o menor precio. Pero la Gilipollas quería sus nueve libras de vuelta, porque sí. Para convencer al Dueño de que tenía derecho a ello, ponía el acertado ejemplo de comprar un jersey en el H&M, darse cuenta de que no lo quiere y devolverlo. No hacía más que obviar el hecho de que no tenía recibo, junto con el de haber efectuado la compra en mayo (como ella misma bien se empeñaba en repetir). La pobre debía de ser Gilipollas de verdad y no comprendía que no cediésemos. Entonces traté de hacerle entrar en razón con una intervención digna de Oscar: A ver, mujer, si tú compras un coche nuevo, desde que sales del concesionario su valor se reduce automáticamente a menos de la mitad. Ya es segunda mano y no podrías venderlo por el mismo precio que lo compraste. Pero la tía repetía una y otra vez el ejemplo absurdo del jersey del H&M. El Dueño trataba en vano de explicarle cómo si le pagara las nueve libras la librería no haría ningún negocio, puesto que el precio de los libros incluyen gastos extrínsecos como facturas, sueldos, alquiler del local… Y hasta hizo la bromilla de preguntarme si estaba dispuesta a trabajar dos horas gratis para compensar el dinero que perdería haciendo lo que la Gilipollas le pedía. Me negué claro está. Para no alargar la historieta más, al final la Gilipollas se fue muy digna abrazando su libraco y amenazando con venderlo ella solita por Internet, como mínimo por treinta libras.
3. Al rato un GG (gordo y grosero) húngaro-canadiense y su mujer francesa súper maja entran preguntando por la sección de Shakespeare y, una vez mostrada, el GG me pide que le evidencie el baño, a lo que respondo implacable que no tenemos baño para clientes. El GG se irrita sobremanera y empieza a gritarme que menuda cosa tan insensible de decir, y que si de verdad le voy a hacer salir de la librería sabiendo como sabe ahora que hay un baño muy cerca que no le está permitido usar. Le repito que no disponemos de servicio público. Le indico cómo llegar al Starsucks y al volver me mira con cara de odio infinito y me repite que soy una persona horrible. En ese momento doy media vuelta y para mí ese ser ya no existe. Luego viene al mostrador con varios libros y me pregunta si se los podría reservar hasta nuevo aviso. Yo ni siquiera hice amago de mirarle, pero Polaca II estaba a mi lado y le hizo esa pregunta tan grosera con la que encolerizamos a diario a nuestros clientes: ¿Hasta cuándo? El GG, con la tosquedad que ya sospechábamos, le contesta “Si te parece hasta marzo, ¡pues una hora coño!”. Y se marchó. Y Polaca II, aún con la pila de libros en las manos, me miró asustada, sin saber cómo descargar toda esa ira que vivía en su interior. “Si yo fuera tú, separaría las manos y observaría dónde la gravedad considera que deben caer los libros” le recomendé con amor. A la hora volvió el GG y ni mi compi ni yo parecimos advertir su presencia. Se quejó y pataleó hasta que el Dueño en persona recogió los libros del suelo y le cobró.
Menuda gentuza. Por no hablar de la gente que se tira pedos (sonoros y sordos). En fin,
El Dueño, con todo mi apoyo, ha establecido los martes como el Día Maleducado (Rude Tuesdays), tanto para clientes como para empleados. ¿Qué por qué? Pues porque el martes pasado la clientela se sobró bastante; tanto, que recibí una defensa multitudinaria hasta de los propios compradores cuando no pude más y, haciendo gala de una profesionalidad brutal, se me escapó un sentido “Fuck off”.
Anécdotas que sustentan esta nueva etapa en la librería:
1. Un Subnormal (hombre, británico, 60 años apróx.) llega al mostrador con un Penguin Classic naranja que ya debía estar amarillento cuando Massiel ganó Eurovisión. Nuestros precios están siempre en la primera hoja, a lápiz en el margen superior derecho. Eran tres libras. Y el Subnormal va y repara en el precio que aparece en la contraportada: 25 peniques. Es cierto que el cliente siempre tiene la razón, pero también es cierto que la segunda mano británica tiene sus propias leyes (verídico) y para ello tenemos multitud de carteles estratégicamente colocados que explican nuestro sistema de precios. El Subnormal, apurado por no poder salirse con la suya, muy indignado espetó a Polaca II que no estaba dispuesto a pagar tres libras por ese libro, a lo que mi compi del norte le contestó, con harta gracia y acierto, que estaba en pleno derecho de no querer pagar tres libras, y que nadie le obligaba a ello. Al final el Subnormal tiró con desprecio las tres monedas sobre el mostrador y se marchó con el libro de la discordia.
2. Poco después llega una Gilipollas (mujer, Europa del Este, 25 años apróx.) con un libraco muy tocho de Economía que había comprado en nuestra tienda en mayo, nueve libras. Aseguraba que no lo había leído y que por tanto quería el reembolso íntegro. Por supuesto no tenía el recibo. Nuestra política en estos casos es la siguiente: independientemente de si la persona ha hecho uso o no del libro, siempre que haya pasado más de un mes desde la compra (si es menos se devuelve todo), y siempre que tengan el recibo, pagamos hasta la mitad de lo que costó el libro, o pueden cambiarlo por otro de igual o menor precio. Pero la Gilipollas quería sus nueve libras de vuelta, porque sí. Para convencer al Dueño de que tenía derecho a ello, ponía el acertado ejemplo de comprar un jersey en el H&M, darse cuenta de que no lo quiere y devolverlo. No hacía más que obviar el hecho de que no tenía recibo, junto con el de haber efectuado la compra en mayo (como ella misma bien se empeñaba en repetir). La pobre debía de ser Gilipollas de verdad y no comprendía que no cediésemos. Entonces traté de hacerle entrar en razón con una intervención digna de Oscar: A ver, mujer, si tú compras un coche nuevo, desde que sales del concesionario su valor se reduce automáticamente a menos de la mitad. Ya es segunda mano y no podrías venderlo por el mismo precio que lo compraste. Pero la tía repetía una y otra vez el ejemplo absurdo del jersey del H&M. El Dueño trataba en vano de explicarle cómo si le pagara las nueve libras la librería no haría ningún negocio, puesto que el precio de los libros incluyen gastos extrínsecos como facturas, sueldos, alquiler del local… Y hasta hizo la bromilla de preguntarme si estaba dispuesta a trabajar dos horas gratis para compensar el dinero que perdería haciendo lo que la Gilipollas le pedía. Me negué claro está. Para no alargar la historieta más, al final la Gilipollas se fue muy digna abrazando su libraco y amenazando con venderlo ella solita por Internet, como mínimo por treinta libras.
3. Al rato un GG (gordo y grosero) húngaro-canadiense y su mujer francesa súper maja entran preguntando por la sección de Shakespeare y, una vez mostrada, el GG me pide que le evidencie el baño, a lo que respondo implacable que no tenemos baño para clientes. El GG se irrita sobremanera y empieza a gritarme que menuda cosa tan insensible de decir, y que si de verdad le voy a hacer salir de la librería sabiendo como sabe ahora que hay un baño muy cerca que no le está permitido usar. Le repito que no disponemos de servicio público. Le indico cómo llegar al Starsucks y al volver me mira con cara de odio infinito y me repite que soy una persona horrible. En ese momento doy media vuelta y para mí ese ser ya no existe. Luego viene al mostrador con varios libros y me pregunta si se los podría reservar hasta nuevo aviso. Yo ni siquiera hice amago de mirarle, pero Polaca II estaba a mi lado y le hizo esa pregunta tan grosera con la que encolerizamos a diario a nuestros clientes: ¿Hasta cuándo? El GG, con la tosquedad que ya sospechábamos, le contesta “Si te parece hasta marzo, ¡pues una hora coño!”. Y se marchó. Y Polaca II, aún con la pila de libros en las manos, me miró asustada, sin saber cómo descargar toda esa ira que vivía en su interior. “Si yo fuera tú, separaría las manos y observaría dónde la gravedad considera que deben caer los libros” le recomendé con amor. A la hora volvió el GG y ni mi compi ni yo parecimos advertir su presencia. Se quejó y pataleó hasta que el Dueño en persona recogió los libros del suelo y le cobró.
Menuda gentuza. Por no hablar de la gente que se tira pedos (sonoros y sordos). En fin,
yo a lo mío.
3 comentarios:
Lucilda!
A pesar de los Rude Thursday, te veo pletórica. No estaba en MAdrid en tu última visita-relámpago. Espero impaciente la próxima. La semana pasada estuve con Ian en Madrid..y me acordo infinito de nuestro hogar en Warrender Park Terrace.
Un besote guapa,
A.
Niña, tú sin perder la sonrisa... que esos Subnormales, Gilipollas y GG no puedan con la alegre cofradía de libreros (y es que están por todas partes... y se comportan y hablan igual en Londinium, Galicia o Igualada... yo me encontré hace poco con una señora que quería cambiar un libro que le habían regalado hace un año y medio... sin recibo... empezado a leer, pero es que no le gustaba). Creo que le propondré al jefe un "Día de A la mierda" aunque sea una vez al mes... debe ser higiénico.
A. te refieres acaso a Ian - pies negros - me levanto a las 8 y leo ciencia ficcion en la cocina - cada noche a different lady? que majete era. mandame un email y dejame saber de ti anda. Todo bien?
Querido Jorge, ya lei tu post sobre clientes increibles. Genial. Libreros Unidos Jamas Seran Vencidos!
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