Muy fuerte.
Trabajando en la librería me toca poner precio a muchos libros cada día, libros que vienen de los lugares más remotos, que la gente vende o dona o simplemente aparecen por arte de magia, multiplicados.
Consulto un par de páginas web, decido el precio (atino bastante) y los coloco en las estanterías. No doy abasto, no me caben, pero siempre termino apañándomelas y reciclo pocos.
El otro día, al poner uno de estos precios, me encontré con un número de móvil apuntado en la primera página: Khasihma – 076856370. Es un número inglés, la librería está en Londres, en Bloomsbury para más señas.
Desde luego no era la primera vez que me encontraba un número de teléfono. Llevo siete años como librera profesional y a estas alturas me he encontrado de todo, desde postales de mal gusto a todo tipo de inscripciones o dedicatorias.
Siempre que aparece un teléfono me imagino que lo apunto y luego llamo y empieza una aventura, de esas que incluyen por supuesto sexo con desconocidas y quebraderos de cabeza. Nunca había llamado.
Sé que suena típico, pero no sé qué me llevó a actuar esta vez. Lo hice y punto. Llamé y no me contestó nadie, el número estaba en desuso. No me quedé hecha polvo ni nada parecido, de hecho habría seguido preciando más libros si mi compañero, al contarle que acababa de llamar a un número que me había encontrado en un libro cualquiera de matemáticas, no me hubiera dicho que años ha el conoció a una Khasihma. Una chica muy guapa, al parecer. No me digas más, pensé yo. Obviamente era necesario llegar al fondo de semejante cuestión.
Por suerte, otro compañero se acordaba de que la chica que justo había vendido ese lote de libros entre los que se encontraba el mío había dejado también un email para que la contactáramos si alguna vez nos topábamos con un libro concreto que ella nunca encontraba por ningún lado. Me lo habían puesto en bandeja.
Lo que no me esperaba, y no sé si esto vuelve a ser típico o no, es que la chica del email tardara sólo veinte minutos en responder. Me había inventado una triste historia sobre una tal Khasihma que era mi tía que huyó en un barcucho de Mumbay a Nueva Zelanda por motivos religiosos y desde hacía tropecientos años no sabía nada de ella.
Me dijo, lo juro, que su amiga Khasihma se llamaba así por una mecenas que su madre tuvo a los veinte años, mientras trataba de abrirse camino en la escena teatral neoyorkina en los setenta. Dicha mecenas era originaria de Mumbay y efectivamente tuvo que esconderse en Nueva Zelanda por motivos que nunca nadie supo. Bueno en realidad se fue a Australia, pero estaba convencida de que tenía que ser la misma mujer.
Yo flipé, claro.
Pero resulta que la chica me mandó ese email desde el aeropuerto, pues volvía a casa (Washington D.C.) tras haber terminado un máster en periodismo internacional. No pensaba regresar en el futuro más próximo. Su amiga Khasihma, sin embargo, aún estaba en Londres, aunque también estaba a punto de volver a los Estados Unidos en las siguientes dos semanas.
Así pues, no tenía tiempo que perder.
Le pedí el email, o el facebook, lo que fuera, de su amiga y le expliqué que su móvil no parecía funcionar.
Me contestó a todo y además me dejó saber que el fin de semana anterior, de fiesta, a Khasihma se le había caído el móvil en el lago de Hyde Park y que como se iba a marchar enseguida no tenía intención de comprase otro. Conseguí hasta que me diera la dirección de su residencia de estudiantes, que por suerte estaba a tiro de piedra de mi librería.
En cuanto salí de trabajar me acerqué a la residencia, pregunté por ella y la recepcionista muy amable me informó de que Khasihma había abandonado, hasta arriba de maletas, el lugar hacía tan sólo una hora. En taxi.
Le pregunté si sabía a dónde se había marchado pero no supo qué decirme. Cuando ya estaba a punto de resignarme, tan cerca como había estado de un posible idilio, la recepcionista me gritó y yo volví hasta ella. Me dio una tarjeta que se había caído de una de las maletas de Khasihma.
Era una tarjeta plastificada de una tienda de ropa de segunda mano que yo conocía bien, y en el reverso había apuntado a boli un horario: de 7 a 8. Huelga decir que con las mismas me subí a la bici y pedaleé hasta la tienda. Logré llegar a las 7.45.
Entré como quien no quiere la cosa y con disimulo miraba a todas partes con las orejas bien abiertas. A un palmo de los probadores oí cómo alguien le decía a otro alguien que Khasihma era la chica más guapa que había visto en su vida. Noté que empezaba a faltarme el aire.
Pero, ¿¿¿dónde estaba Khasihma???
Esto me lo contestó ipso facto el segundo alguien: se había ido a cenar al McDonalds.
Y así acaba este romance sin consumar, no sólo porque la dieta de Khasihma deje muchísimo que desear, sino porque mi vida no es una novela de Paul Auster y nunca llamé a ningún número de teléfono, para empezar.
Give us a break, Paul!
Trabajando en la librería me toca poner precio a muchos libros cada día, libros que vienen de los lugares más remotos, que la gente vende o dona o simplemente aparecen por arte de magia, multiplicados.
Consulto un par de páginas web, decido el precio (atino bastante) y los coloco en las estanterías. No doy abasto, no me caben, pero siempre termino apañándomelas y reciclo pocos.
El otro día, al poner uno de estos precios, me encontré con un número de móvil apuntado en la primera página: Khasihma – 076856370. Es un número inglés, la librería está en Londres, en Bloomsbury para más señas.
Desde luego no era la primera vez que me encontraba un número de teléfono. Llevo siete años como librera profesional y a estas alturas me he encontrado de todo, desde postales de mal gusto a todo tipo de inscripciones o dedicatorias.
Siempre que aparece un teléfono me imagino que lo apunto y luego llamo y empieza una aventura, de esas que incluyen por supuesto sexo con desconocidas y quebraderos de cabeza. Nunca había llamado.
Sé que suena típico, pero no sé qué me llevó a actuar esta vez. Lo hice y punto. Llamé y no me contestó nadie, el número estaba en desuso. No me quedé hecha polvo ni nada parecido, de hecho habría seguido preciando más libros si mi compañero, al contarle que acababa de llamar a un número que me había encontrado en un libro cualquiera de matemáticas, no me hubiera dicho que años ha el conoció a una Khasihma. Una chica muy guapa, al parecer. No me digas más, pensé yo. Obviamente era necesario llegar al fondo de semejante cuestión.
Por suerte, otro compañero se acordaba de que la chica que justo había vendido ese lote de libros entre los que se encontraba el mío había dejado también un email para que la contactáramos si alguna vez nos topábamos con un libro concreto que ella nunca encontraba por ningún lado. Me lo habían puesto en bandeja.
Lo que no me esperaba, y no sé si esto vuelve a ser típico o no, es que la chica del email tardara sólo veinte minutos en responder. Me había inventado una triste historia sobre una tal Khasihma que era mi tía que huyó en un barcucho de Mumbay a Nueva Zelanda por motivos religiosos y desde hacía tropecientos años no sabía nada de ella.
Me dijo, lo juro, que su amiga Khasihma se llamaba así por una mecenas que su madre tuvo a los veinte años, mientras trataba de abrirse camino en la escena teatral neoyorkina en los setenta. Dicha mecenas era originaria de Mumbay y efectivamente tuvo que esconderse en Nueva Zelanda por motivos que nunca nadie supo. Bueno en realidad se fue a Australia, pero estaba convencida de que tenía que ser la misma mujer.
Yo flipé, claro.
Pero resulta que la chica me mandó ese email desde el aeropuerto, pues volvía a casa (Washington D.C.) tras haber terminado un máster en periodismo internacional. No pensaba regresar en el futuro más próximo. Su amiga Khasihma, sin embargo, aún estaba en Londres, aunque también estaba a punto de volver a los Estados Unidos en las siguientes dos semanas.
Así pues, no tenía tiempo que perder.
Le pedí el email, o el facebook, lo que fuera, de su amiga y le expliqué que su móvil no parecía funcionar.
Me contestó a todo y además me dejó saber que el fin de semana anterior, de fiesta, a Khasihma se le había caído el móvil en el lago de Hyde Park y que como se iba a marchar enseguida no tenía intención de comprase otro. Conseguí hasta que me diera la dirección de su residencia de estudiantes, que por suerte estaba a tiro de piedra de mi librería.
En cuanto salí de trabajar me acerqué a la residencia, pregunté por ella y la recepcionista muy amable me informó de que Khasihma había abandonado, hasta arriba de maletas, el lugar hacía tan sólo una hora. En taxi.
Le pregunté si sabía a dónde se había marchado pero no supo qué decirme. Cuando ya estaba a punto de resignarme, tan cerca como había estado de un posible idilio, la recepcionista me gritó y yo volví hasta ella. Me dio una tarjeta que se había caído de una de las maletas de Khasihma.
Era una tarjeta plastificada de una tienda de ropa de segunda mano que yo conocía bien, y en el reverso había apuntado a boli un horario: de 7 a 8. Huelga decir que con las mismas me subí a la bici y pedaleé hasta la tienda. Logré llegar a las 7.45.
Entré como quien no quiere la cosa y con disimulo miraba a todas partes con las orejas bien abiertas. A un palmo de los probadores oí cómo alguien le decía a otro alguien que Khasihma era la chica más guapa que había visto en su vida. Noté que empezaba a faltarme el aire.
Pero, ¿¿¿dónde estaba Khasihma???
Esto me lo contestó ipso facto el segundo alguien: se había ido a cenar al McDonalds.
Y así acaba este romance sin consumar, no sólo porque la dieta de Khasihma deje muchísimo que desear, sino porque mi vida no es una novela de Paul Auster y nunca llamé a ningún número de teléfono, para empezar.
Give us a break, Paul!
2 comentarios:
Vaya chasco!!! jajaj
Estaba flipando contigo...
El "muy fuerte" al principio de la historia ha hecho que me lo crea todo!!
Muy fuertes besos
dios santo!! con lo bien que iba, y tanto correr para no llegar. En serio el planteamiento es bueno, pero el final se desinfla. Yo como siempre metiendo el dedo para ver si la yaga es real, y jesucristo poniendo el costado.
Vale, aún puede arreglar ese final- conozca a kashima, pero sin sexo explicito plix, los cuentos eroticos son en otra seccion de la revista.
Un abrazo rubia
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