El miércoles 21 de mayo de 2008, a las 16.00 (hora británica), ocurrió lo siguiente:
EXT. SOUTHBANK – DIA
LUCÍA (26) castaña clara y sonrisa tranquila, con unos vaqueros que le quedan como un guante y una camiseta roja gastada pedalea chino-chano por el Southbank londinense. El sol brilla y el bulevar peatonal está atestado de turistas y locales que pasean, conversan, se asoman al río. Al pasar junto al National Theatre la zona se congestiona bastante y LUCÍA, hasta ahora absorta en sus pensamientos, se fija en un cartel que comunica el rodaje de una película en esas mismas inmediaciones. Pone cara de “Pues bueno” y sigue pedaleando. A los pocos segundos un HOMBRE-ARMARIO con pinganillo y walkie-talkie le pide, muy educado, que se apee de la bici. Entonces los ve: los actores. Caminan despacio hacia una grúa inmensa que se mueve hacia atrás con ellos. Él es DUSTIN HOFFMAN. Ella, EMMA THOMPSON. LUCÍA parece tener sólo ojos para la actriz. Sin saber muy bien cómo se baja de la bici y…
Ni fuimos a tomar un café, ni me invitó a que le cocinara una paella en su casa, ni nada de nada.
Me quedé allí de pie, paralizada, sujetando sin ser consciente la bici, mirándola, cagándome en todo porque empezaba mi turno en el Film Café en ese momento.
A su lado estaba Dustin Hoffman, el Pequeño Gran Hombre (es muy enano, doy fe), el protagonista de Rain Man, El Graduado, Hook, pero ya podían haber sido Nicole Kidman, Lauren Bacall, Scarlett Johanssen o Ava Gardner todas juntas y en pelotas. Era Emma Thompson.
En 1993 colgué el primer póster suyo en mi cuarto. Yo tenía 12 años y acababa de quedarme extasiada tras ver en el cine Mucho ruido y pocas nueces (Kenneth Brannagh). La actriz que interpretaba a Beatrice me había robado el alma: su personaje, su cara, su todo. De 1993 a 2008 van 15 años. Ya puedo morir en paz.
Nuestro “encuentro” no ha tenido nada que ver con lo que yo me había imaginado (en ocasiones). Ni siquiera pude pedirle el bochornoso autógrafo. Tenía que irme a trabajar y sólo llegué diez minutos tarde, los que tardé en recuperarme del shock (y de apartar mi mirada de ella).
En cuanto pude me escapé del bar, aprovechando que el rodaje era casi en la puerta de mi curro (y porque era incapaz de estar a lo que debía estar sabiendo que tenía a mi querida Emma a escasos quince pasos), y me fui a observar la filmación un ratito. Justo rodaba una escena sólo Mr. Hoffman y Emma, para nada una diva, estaba poniéndose las botas donde el catering y de pronto preguntó So, who wants cake? O lo que es lo mismo: Entonces, ¿quién quiere tarta? Y para allá que se fue a un lugar lleno de cajas y, como si estuviera en su casa y tuviera por ende que ejercer de anfitriona, empezó a servir trozos de tarta en platos de plástico para luego repartirlos por todo el set.
¡Pero qué maja es!