Volver a Madrid siempre me congratula, aunque no me lo espere. La gente aquí me conoce, todos. Te hablo de siete millones de personas.
Te escribo para comunicarte la incuestionable imposibilidad de pagarte una visita. Me encantaría verte, pero sólo de pensar en la nueva barbaridad que te habrás hecho en el pelo me pongo mala. ¡Mala Ro! Te pasas.
Los motivos de estas vacacioncitas en la ciudad que me vio nacer y fumar son top-secret, no lo sabes tú bien. Yo tampoco lo tengo muy claro. En su momento hubo un por qué, aunque ahora ya poco importa. Estoy aquí, en un bar cerca de tu casa. Espero que nuestros caminos no se crucen. Recuerda lo que pasó la última vez que nos vimos: terminamos mujer y mujer. Una boda de la que ambas nos arrepentimos a los pocos meses y cuyos únicos invitados fueron las hormigas que luego pisoteamos a modo de luna de miel alejada de los cánones clásicos.
No estoy para bodorrios Ro, así te lo digo. Prefiero que sigamos escribiéndonos. Me gusta sospechar que algún día me contestarás. No tengo prisa, no te preocupes. Me agrada también sobremanera imaginar qué será de ti en cada instante. Por ejemplo, últimamente te concibo persiguiendo a la Pantoja de aquí para allá. Ya te estoy viendo disfrazada de escarola entre bastidores, en uno de tus típicos intentos chorras de pasar desapercibida.
Como ves he superado nuestra ruptura hace tiempo y con la cabeza bien alta. De hecho he empezado a usar tacones sólo por eso. Alta, majestuosa, toda de rosa chicle. No tengo pérdida. Si te parece adivinarme entre la multitud no te alteres: sí, soy yo, la que sigue aquí. Soy yo, ya te lo advertí. Llevo manguitos por si acaso.
Siempre a tus chanclas,
Lu