jueves, 24 de mayo de 2012

Mi vida es un constante highlight


Algún mal ser me coló el otro día una moneda en desuso. Estoy 92% segura de que ocurrió en la gasolinera repsol entre Santander y Oviedo (donde, además, una bolsa de drakis cuesta 60 céntimos más que en cualquier otra parte). 




Conclusión: esta mañana me ha tenido que pagar el desayuno (café con leche y montadito de jamón serrano) la señora desconocida que estaba a mi lado en la barra, al negarse la camarera a aceptar mi moneda estupenda y plateada de 200 escudos. 

Lo sé. Mi vida es alucinante. La emoción es tal que en ocasiones cojo el metro. Y leo. Dice Mendoza que, en el famoso supuesto del naufragio y solo un libro para llevarse a la dichosa islita desierta, él preferiría ahogarse. Yo, a día de hoy, sigo sin querer morir y sin duda escogería La Divina Comedia. Su relectura provoca que el nudo de ansiedad que lleva instalado en mi garganta por los siglos desaparezca a ratos.

Otro highlight de hoy: momento tarro de pis en la consulta: a primerísima hora tenía que hacerme unos análisis, así que en ayunas y portando embotellado mi primer pis del día me personé en el centro médico. Lo que pasa es que el tarro era muy malo (gracias, señora farmacéutica) y el liquidito amarillito se iba saliendo: un asco. Lo llevaba en la mano, ¡bolsitas a mí!, y a la recepcionista, al vislumbrar el bello rastro de gotas sospechosas que iba creando yo con mi botecito - cual Pulgarcita Pis - le han entrado arcadas y se ha ido corriendo a una habitación a vomitar o, cuanto menos, a toser como una loca. La pobre.

Hoy caminé desde Plaza Castilla a Lavapiés (lo que vienen a ser mil kilómetros, redondeando). Escribo todo esto en el metro, donde he tratado de colar mi moneda portuguesa sin éxito para comprar el billete. Estoy tan agotada que me está entrando la autocompasión = pasión por la com, yo misma. Lo mejor de todo es que es la 1am, que salí de casa a las 9am, que han pasado 16 horas y que todo este rato he estado cargando una bolsa glamurosa de plástico que reza Alcampo repleta de libros que ni he tocado. ¿Que por qué los cargaba? Pues porque siempre voy MUY cargada, absurdamente.

Ojalá estuviera en la isla desierta, abrazando, en lugar de La Divina Comedia, a alguien.




martes, 15 de mayo de 2012

Patsy D'Aifons




En junio de 1999 terminé COU, vaya notazas oiga, y mis amigas y yo nos fuimos a celebrar nuestro inminente ingreso universitario a Gandía, una semana de chupitos sin sentido, Bacarrá, Cocoloco y de hacer mucho el moñas. Yo aún tenía 17 años.

Éramos siete amigas, y a dos de nosotras nuestros padres nos endosaron sendos móviles (el mío era un startac, como el de Mulder y Scully). Aquello nos pareció el súmmun de la vigilancia y control paternos, y creo que no debí mirarlo jamás, pues en la casa donde nos quedábamos había un fijo desde el cual podías llamar y, os lo juro, ser llamada.

Sin embargo, una de nosotras ya por aquel entonces tenía su propio móvil (repito, junio de 1999, han pasado 13 años de aquello y yo sigo pensando que esto de las nuevas tecnologías es de antesdeayer). Esta amiga se pasó la semana escribiendo y recibiendo mensajes. A las demás nos parecía una freak, una pesada y, sobre todo, una maleducada. ¿Qué necesidad tienes de saber qué está haciendo tu prima justo ahora?, le preguntábamos. Ya la verás a la vuelta, goza el presente, ¡estate a lo que estás! tu prima no está, nosotras sí. No nos entraba en la cabeza.

Por supuesto, las otras seis debimos tardar escasos meses, como máximo un año, en tener todas móvil. En mi primer año de universidad había un montón de gente sin móvil. Mi gran amiga Inés, adicta al wassap donde las haya, no tuvo uno hasta tercero de carrera. 

¿Y ahora? Ahora hace ya mucho que el presente, a lo que se está, es tanto virtual como presencial. El estar comunicadísimo, vía nuevas tecnologías y redes sociales, es la realidad más real. Pocos los dudan. Mind you, yo lo dudo un poco. Y más de una, y de dos y de diez personas me han exigido que me compre un smartphone de una puñetera vez. Al parecer soy la amiga más cara que tienen y pagar por mandarme un viejo SMS lo llevan regulero, tirando a mal. Suerte, caris.


A mí mi móvil me va:


¡Y su melodía infernal es lo más!

viernes, 11 de mayo de 2012

Mí gustar Eduardo Mendoza

Hay cosas que no se dicen. O, maybe, hay cosas que por nada del mundo querrías escuchar, pero luego el silencio tampoco te convence, y te convences de que es preferible saber, aniquilar la incertidumbre, a no saber. Elucubraciones las justas, gracias.

Tengo que hacer una cosa que nunca antes hice - llámalo cuidar pingüinos, llevar la comunicación de una editorial recién parida o, simplemente, X; varias ampollas en el pie izquierdo debidas a unos mocasines veraniegos semi nuevos; yo en vaqueros ultra stretch del Dorothy Perkins, negros, un sol de justicia al caminar del Matadero a la "Playa de Madrid" (le dicen), cero sombra, mi piel ha sufrido como nunca y soy rosa para siempre, supongo. Y a todo esto, mis pensamientos durante el achicharre eran: si en Londres alguna vez hiciera este calor, London Fields se autocombustionaría espontáneamente. Normal. Lo raro es no echar a arder.

En mi fiesta de despedida me regalaron dos caballos: uno que no me traje y Dalston, que es pequeño y de goma y ahora mismo me mira, o más bien mira al gatito chino (como el de la portada del nuevo libro de Eduardo Mendoza pero en rosa mate en lugar de dorado brilloso) que se supone que debes poner mirando al sudeste para que te dé suerte en el amor. Ojalá tendría una brújula, a saber hacia dónde está mirando ahora. Y, ¿qué es el Amor? El Amor, cinco letras que se resumen en una sola palabra: mucho cariño. 

Pasan cosas. Hay mosquitos. La policía no te deja beber una lata de cerveza en el Dos de Mayo. Pienso cosas. Odio a los mosquitos. Mi compañero de piso estaba convencido de que My Lasagna debía su nombre a algún episodio histórico madrileño-italiano, y no terminaba de creerse que simplemente fuera el apellido de una tal Manuela...

He recuperado mi vieja pluma. La he cambiado por la máquina de escribir. La pluma puede usarse en el metro y además no tiene la letra Ñ vetada. Ñ de gnocchis, de lasagna y de carinyo. ¡Hasta me permite poner tildes! La pluma, digo.